- Rara vez multiplicamos discípulos maduros.
- Vivimos vidas apresuradas, incapaces de reducir la velocidad y estar con Jesús.
- Fingimos ser algo por fuera que no somos por dentro.
- Seguimos siendo emocional y espiritualmente inmaduros.
- Permitimos que la falta de autoconciencia dañe nuestras relaciones.
- Somos incapaces de procesar la tristeza, la ira, el dolor y otras emociones.